Lo que aspiramos para el mañana

Para Elena.

Querido yo:

¿Qué edad debo tener ahora? ¿Dieciséis? ¿Dieciocho? ¿A qué edad dejé de ser adolescente para ser un poco lo que soy ahora? La verdad es que no lo sé. Y por lo que a mí respecta tampoco importa. Bueno, importaría mucho que te llegase esta carta, pero, aunque correos funciona increíblemente bien en el futuro, no sé yo si va a ser posible.

Pero, ¿sabes quién importa? Tú. O sea, yo. Nosotros. Caray, nunca pensé que las cartas al pasado pudieran ser tan difíciles de escribir. Pero es algo que siempre quise hacer. Es algo que necesito hacer.

Necesito decirte que lo que estás atravesando ahora, ese océano de dudas, de reproches y de mentiras a ti mismo y a los demás… bueno, es algo que estaremos surcando toda la vida. ¿Sorprendido? Yo ya no tanto, la verdad. Aunque si me llega una carta de mi yo futuro de dentro de veinte años diciéndome que estamos genial en este tema, igual esta parte la tengo que borrar. Pero por ahora el futuro sólo soy yo, así que te vas a tener que conformar con lo que viene.

Pero bueno, vamos a lo importante de verdad. Los coches todavía no vuelan. ¿Decepcionado? Imagínate yo que vivo aquí y todavía tengo que comprar un billete de avión para ir a ver a mamá cada dos meses. Por cierto, nos quiere. Siempre nos ha querido con toda su alma. No te lo ha dicho todavía porque sigue igual de confundida que nosotros. Y papá… Bueno, siento decirte que se fue de este loco mundo pidiendo perdón y con lágrimas en los ojos. Todavía no lo he superado del todo, pero al menos sé que, esté donde esté, no le importa con quién compartamos nuestra vida siempre que nos haga felices.

Si me conozco probablemente después de esto ya debo estar llorando a moco tendido. No pasa nada. De verdad. Tómate tu tiempo antes de continuar. Déjalo salir (lo de salir no se nos da muy bien, así que es mejor no dejar ya nada dentro de uno) porque las lágrimas no lloradas son solo reproches futuros. Y reproches vas a escuchar en casa una buena cantidad. No hagas oídos sordos a todos. Más bien aprende de ellos y de cómo son nuestros padres. Y enséñales. Ten paciencia y explícales que lo que sientes por dentro, quienes somos en realidad, no es culpa de nadie. Porque en esto no existe la culpa. Y ellos se la estarán echando toda la vida si no tienes esa conversación. Así que deja de rehuirla, siéntalos en el sofá y háblales con el corazón. Porque todo lo que sale de ahí puede que lo haga de manera atropellada, burda o a veces sin sentido. Pero es la verdad. Y esconderla no va a hacer bien a nadie. Eso te lo garantizo al 100%. Y, por el amor del cielo, no te plantes ahí con tu novio y hagas como que es un “buen amigo”. Que papá y mamá nunca fueron tontos. Y tampoco se lo hagas a él. No se lo merece. Las encerronas ya nos las prepara el mundo, así que evita ser tú el que se comporte como uno más.

Ah, ya veo: quieres saber si estamos con alguien. A ver, no te lo reprocho porque yo me estaría preguntando lo mismo. Pues me temo que eso no te lo voy a decir. ¿Qué gracia tendría el futuro si lo supiésemos todo? O igual si te lo digo lo fastidiamos y dejo de existir (creo que iba así la cosa si toda la ciencia ficción que hemos visto no se equivoca). Pues como no me la voy a jugar siento dejarte con la duda, pero las líneas temporales son muy finas y no hay que tensarlas demasiado o se podrían romper.

Y hablando de romper, aquí sí que va un spoiler: nos van a romper el corazón. Varias veces, de hecho. Y alguna vez seremos nosotros el verdugo de cupido. Así que acostúmbrate a que el amor funcione igual para todos los géneros y orientaciones. Y es tan puñetero que no te va a regalar nada, da igual que seamos heteros, homos o galgos afganos.

Así que cuando vayas a amar, cosa que ahora no crees que sea posible pero te aseguro que haremos, no te atrevas a hacerlo a medias. Cuando te des, hazlo por entero. Cuerpo y alma. Y sé sincero, por lo que más quieras. Contigo y con la otra persona. Dile lo que sientes, lo que quieres y lo que esperas. Abre la maldita boca porque el único que está en tu cabeza soy yo. No hay ni nunca habrá nadie más. Las voces disonantes que escuchas y vamos a escuchar toda la vida están fuera. Todas y cada una de ellas. Y sus palabras nos llegarán muy hondas. Tanto que se nos clavarán como puñales en el alma. Pues bien chaval, te aseguro una cosa por si te estás echando a temblar en este momento. La cosa mejora. Nosotros mejoramos. Y, sorpresa mayúscula: el mundo mejora.

Pero no te me vengas arriba ni empieces a tirar confeti. La cosa no va a pasar de la noche a la mañana. Ni va a ser un proceso que no va a requerir lucha. Porque vas a tener que arremangarte y hacer tú parte. Unirte a todos los que son como nosotros y reivindicar que somos NORMALES. Así, en grande y negrita. Creo que por esa época recuerdo que teníamos nuestras dudas. Pues ya puedes coger una pala y enterrarlas bien hondo. Somos la puñetera ostia en verso endecasílabo. Somos tan buenos como cualquiera que se nos cruce por la calle. Y si no fuese porque le tenemos fobia a las agujas y los tatuajes te diría que te lo tatuaras para verlo así todos los días al mirarte al espejo.

Sé tú mismo. Y sé feliz siéndolo cada minuto. Cada segundo. Cada parpadeo si es posible. Porque lo que no disfrutes ahora, lo que te mientas ahora o a lo que le tengas miedo ahora lo tendrás que cargar durante mucho, mucho tiempo. Y créeme que no vale la pena.

Así que ten miedo. O mejor, ten respeto. Por el futuro. Por tu prójimo. Y mucho más respeto a aquellos que todavía no han abierto sus mentes y sus corazones a gente como nosotros. El cambio asusta, y eso lo sabemos de primera mano. Por eso hay que ayudarles a cambiar. A comprender el mundo tal y como es. No y tal y como era cuando se creía que la Tierra era plana. No estamos enfermos. No estamos locos. No somos “raros” ni “desviados”. Somos seres humanos normales. Y eso hay que repetirlo mucho. Muchísimo. Tanto que el que dijo que la pluma es más poderosa que la espada creo que también era de nuestro bando.

Bandos… Todavía se me escapan expresiones como esa. ¿Ves? Hasta nosotros todavía no lo hemos interiorizado del todo. Y es porque la cosa mejora, pero no es perfecta aquí en el futuro. Todavía hay miradas recelosas que nos acechan tras cada esquina. Todavía murmullan si vamos cogidos de la mano con alguien del mismo sexo, o porque hayamos cambiado de sexo… Si hasta nos miran mal si nos pintamos el pelo de verde (spoiler de nuevo: En tres años hazte mechas añiles e irás a la moda antes que nadie. De nada). Pero los bandos un día firmarán la paz. O firmaremos la normalidad, como me gusta pensar a mí. Porque esto no es una guerra. Las guerras acaban cuando un bando pierde. Pero esto… Esta intolerancia no busca ganadores, solo perdedores. Por eso hay que ir a buscarnos a mitad del camino. Ahí está la salvación del mundo. No en ceder, sino en comprender. En perdonar. En aceptar.

No quiero aburrirte más colega. Y siento haberte mandado una carta del futuro y no un Terminator para protegerte del futuro. Porque el futuro lo construiremos nosotros con nuestras propias fuerzas. Y es lo que te animo a hacer. Sal ahí fuera y vive. Sé una buena persona y hazte sentirte orgulloso cuando llegues a mi edad y le escribas una carta a nuestro yo pasado. Porque estoy tremendamente orgulloso de ti. De mí. De nosotros.

Te quiero chaval. Te quiero tanto como tú te despreciabas antes de leer esta carta. Una que no sé si llegarás a leer. Pero que sí que llegarás a escribir. Porque a veces necesitamos recordarnos de dónde venimos. Que senderos hemos recorrido y cuantos nos quedan por recorrer. Así que ahora los dos saldremos a la calle y haremos nuestra parte para que el mundo sea un lugar mejor. Suerte colega. Y fuerza. Todos la vamos a necesitar.

Pd: Seremos felices. Si no es hoy, será pronto. Pero lo seremos. Te lo prometo.

David Gambero obtuvo el tercer lugar (compartido) del concurso Cartas a mi yo adolescente con este texto.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*