Lady Gaga ha dado de qué hablar desde el minuto 1 de su primera canción allá por el 2008. Extravagante de la alfombra al escenario, pasando por el backstage. Sus vídeos han destacado por una producción casi cinematográfica, con coreografías inolvidables. Eso le hizo ganarse sus innumerables Little Monsters y sus más acérrimos haters. O la odiabas o la amabas. La conocíamos en la música, pero quería un reto. Ella cantaba “I wanna be that guy” en G.U.Y., de ahí el título de este artículo, y ha hecho nacer una estrella. La compositora de Marry the night ha saltado al cine de la mano de Bradley Cooper. Sin ellos no hay estrella.
El argumento Ha nacido una estrella se ha contado infinitamente un mes después de su estreno. Voy a apartarme de él, fueron muchas sensaciones durante aquella sesión del cine. Recuerdo ver las butacas llenas de gente de todas las edades. Abuelas y nietos little monsters junto con parejas jóvenes. Se podría decir que las chicas habían arrastrado a sus novios, pero estos abandonaron la sala tan animados (o más) que ellas.
Ya me había iniciado en esto de los musicales con el boom de La la land, pero esto es otro mundo. Lady Gaga deja atrás lo estrafalario para ser una chica normal, que como ella hizo, buscaba alcanzar el estrellato. Ella no está sola, cuenta con un tío duro con un lado oscuro abismal a su lado. Un particular Kurt Cobain, muerto por no saber qué hacer con sus demonios. Como tantos otros, Jackson Maine se habría unido a esa inacabable lista de trágicas desapariciones en la música. Una enorme desgracia
La música en este largometraje la puedes encontrar en cualquier escenario. En un bar pequeño, como cualquiera que empieza. Miles de personas que se alzan en escenarios minúsculos con un público reducido, pero entregado y afortunado. De esos, tal y como se enseña, llegan unos pocos haciendo abarrotar recintos en todo el mundo. La fama es así, te pone el lujo muy cerquita mientras te enseña su peor cara. Te destroza y se va en el mejor momento. O por lo menos esa es mi interpretación.
Dichas piezas son maravillosas, las empecé a canturrear en el cine. Luego sentí la necesidad de oírlas una y otra vez. Pensé en lo bonito que es tener algún talento, contando con la posibilidad de mostrárselo a la humanidad. Incluso en lo bonito que puede ser el amor, una vez que se conoce. Especialmente si es incondicional.
Es inevitable pasar por los sentimientos de los actores en cada fotograma, se clavan en lo más profundo. Se sufre, se ríe y se ama casi como quien obedece una irresistible orden. Yo pasé a ser una especie de espectadora activa, no podía esperar a la siguiente escena.
Repentinamente, aparece el número final, Ally ha madurado en todos lo aspectos. Los acontecimientos le han obligado a cambiar, le han forzado a una declaración póstuma de amor. De ese amor que va más allá de la muerte, uno que no merecía acabar. Con todo eso nace el número final, una interpretación que mueve montañas de I’ll never love again. Se me cayó alguna lagrimita, imposible de retener si tienes alma.
Definitivamente os recomiendo dedicar un poco de vuestro de tiempo a verla. Incluso si ya habéis oído Shallow y os hacéis una idea. No me arrepiento de haberla ido a ver. Ha nacido una estrella es un imprescindible de nuestro tiempo.