Esta es una historia de hombres contada desde el punto de vista de una mujer. Eliza Hittman consiguió el galardón a Mejor Dirección por su película “Beach rats” (EE. UU., 2017) en el festival de Sundance del año pasado en Nueva York, ciudad donde se sitúa el film. Frankie es un joven de 19 años del barrio neoyorquino de Brooklyn al que le gusta fumar marihuana con sus amigos, hacer deporte con ellos o quedar con hombres mayores que él para fumar y tener sexo; pero, sobre todo, es una persona desorientada que lleva una doble vida.
Ni siquiera su familia se plantea que pueda ser homosexual. Sus amigos son tres chicos masculinos como él, que no saben nada de sus gustos sexuales y que tampoco le aportan nada bueno. Mientras pasa los días fumando o haciendo deporte con ellos, conoce a una chica, Simone. Frankie intenta tener relaciones sexuales con ella, aunque la primera vez no puede y se excusa en que va drogado; pero, en realidad, la chica no despierta su interés sexual, ni ella ni ninguna. Lo que realmente le excita son los hombres mayores que él, pero no se acepta a sí mismo porque sabe que su entorno no lo vería bien.
En EE.UU. el matrimonio homosexual está permitido por ley desde 2015, pero a veces la presión social puede más que la justicia y la sociedad es la que rige las normas del comportamiento. Frankie cree que tiene que ser como sus amigos, parco en palabras y masculino. Entonces volvemos a los prejuicios, a la masculinidad forzada en la que los hombres no lloran y tienen que dominar.
Hittman hace un trabajo difícil y lo consigue: retrata la falsa masculinidad de Frankie a la perfección. Su perfil es el de una persona amargada, frustrada, que va por la vida sin rumbo y que fuma marihuana para anestesiarse de esa realidad que no le gusta. La relación con sus amigos no le gusta tampoco, ni la que tiene con la chica, ni la que tiene con su madre o hermana. Todas sus relaciones están vacías y él más. Trata a Simone con desprecio, como lo hace consigo mismo.
Frankie no es feliz, pero tampoco quiere hacer nada por cambiar su situación, ni siquiera pedir ayuda. Es incapaz de enfrentarse a sus problemas. Es cierto que su entorno no le ayuda, pero ahí es donde Frankie debería actuar y buscar soluciones. Una de ellas sería dejar de ver a esos amigos delincuentes y hacer algo por cambiar su vida. Otra solución sería la de buscar ayuda en alguien cercano o incluso alguna asociación a favor de los derechos homosexuales en el caso de sentirse solo e incomprendido. Cualquier intento de salir de esa vida sin sentido le beneficiaría, porque una persona no puede renunciar a lo que siente, a lo que es. Aunque por fortuna siempre hay tiempo para encontrarse con uno mismo y empezar de nuevo.
Cada vez hay más protagonistas de historias LGTB+ necesarios para representar a todos los colectivos sociales. En la variedad está lo atractivo del ser humano, cada uno es único, no hay nadie igual que otro. Las etiquetas LGTB+ dejarán de usarse en el momento en el que la gente entienda que no por ser minoría somos menos, cuando a nadie se le cuestione por su forma de sentir o de ser. Cuando pasemos de tener que visibilizar a mostrar sin más. Y eso está cada vez más cerca.