Mi vida al desnudo

No sé cómo empezar, me tiemblan las manos y tacho sin parar. Me cuesta hablar de mi vida, podría hablar antes de cualquier cosa. Y cuando digo cualquier cosa es cualquier cosa. Vamos allá, para todo hay una primera vez. Nunca antes me había desnudado delante de tanta gente.

Mi vida, por tanto, mi historia, empezó el 18 de noviembre de 1997 en la capital aragonesa. Allí he desarrollado los primeros 20 años de vida, sin interrupción. Mi ciudad, como cualquier otra, tiene sus cosas buenas y malas. Es acogedora, no te apabulla y la puedes recorrer andando tranquilamente. Esto genera su principal defecto, siempre hay mucha presión familiar y de allegados. He llegado a pensar que para unas cosas es un pueblo y para otras una gran ciudad. En temática LGTB+ parece que se va abriendo, pero falta mucho; seguimos en modo pueblo. O así lo veo desde mi órbita. Desde la órbita de una joven lesbiana.

(Me he quitado la camiseta. Todavía llevo ropa puesta, ahora es menos complicado esto).

Desde los 11 años me noté rara, mi comportamiento no se adaptaba al de las demás chicas. Tampoco es que antes se hubiera parecido alguna vez, pero aparecieron factores nuevos. Empezaron a cuidar su ropa, a maquillarse, a arreglarse el pelo: en resumen, cuidar su apariencia externa. El más importante fue que al aparecer la curiosidad sexual con el consiguiente gusto por los chicos. Especialmente los mayores, cuando no era un nuevo profesor era un chico de cursos superiores. Los chicos cerca de mí empezaron a comportarse como machitos alfa, mostrándose fuertes y aguerridos. Su cabeza se dividía entre fútbol y chicas, no hablaban de otra cosa. Llegaban a ser muy brutos en ocasiones, era su forma de abandonar la infancia, de ser “hombres”. Todos absolutamente estaban definidos y con las cosas claras conforme a su tendencia. Su tendencia que era la heterosexualidad.

Y allí estaba yo, distinta a las demás a la que todo eso le sonaba raro. Empecé a imitar a las chicas, en lo posible pero no me sentía bien. Hubo que fingir gusto por los chicos, que dominaba la biografía completa del guaperas de turno. Al cual yo no veía para tanto, cosa que me hacía sentir extraña. Una sensación constante de un nudo en la garganta y el estómago, lo que un médico diagnosticaría como malestar general. Algo en mí me hacía fijarme en mujeres, veía con buenos ojos su presencia. Dejaba que se mostrarán atentas conmigo, buscando el cariño que tanto me faltaba. Notándome querida, pero desde una atmósfera infantil. No tenía la necesidad de pensar en su atractivo, sin embargo, prefería estar con ellas antes de que me volvieran a hablar de chicos. Me veía como un ser único, un ejemplar excepcional.

No es que la marginación y la soledad fueran a ser nuevas compañeras, sino por sobrevivir. Hasta que llegó ese día al acabar la clase de plástica. Nos habían dicho que trajéramos revistas para hacer manualidades, con total libertad. Era la primera vez que se impartía la asignatura con la misión de desarrollar la creatividad de los niños, al contrario que en cursos atrás. A mí me encantaba, la verdad. Al acabar la clase tocó recoger. Mis ojos se quedaron clavados en la foto de una mujer joven y atractiva. No sabría decir ni quién era ni su profesión, sólo recuerdo que era rubia. Fue mi instrumento de evasión hasta que mi aturdimiento fue interrumpido. Recibí un codazo, no muy fuerte, aunque suficiente para bajarme a la tierra. Oí una voz entre burlona y despectiva, preguntando si estaba buena y si me gustaba. Me quedé congelada solamente pude negar con la cabeza, me temía lo peor. Afortunadamente, quedó en un accidente puntual, me he dado cuenta con los años de que tuve suerte.

La ESO transcurrió entre ataques de ansiedad, más incomprensión propia y ajena, ganas de morirse, de noches en vela llorando e intentando fingir. Las diferencias entre el resto de chicas y yo se siguieron pronunciando, distinta a ellas hasta la médula. Observé pasivamente a chicas que se hacían las tontas para gustarles a chicos sólo sabían ser machistas y jugar (mal) al fútbol. Yo no encajaba, tampoco es que anhelara que me invitasen a participar. Era fea, gorda y masculina para ellos, no se cortaban en lanzarme todo tipo de comentarios hirientes. Seguía fingiendo como lo hacía años de atrás, sabiendo que algo no podía ir bien. Afloraban la adolescencia y el deseo sexual, seguía prefiriendo a las mujeres. Mi máscara estaba allí, no se podía caer en ningún momento. Incluso me tocó diseñar a mi hombre ideal, no recuerdo haber estado más callada en grupo. Todo transcurría con normalidad, eran bastante vagos como para someterme a un acoso continuo. Volvió a ocurrir un suceso que me volvió a poner alerta, esta vez de manos de un profesor delante de mí en clase.

Le bastaron pocas palabras, un simple “me parece que Inés es lesbiana”, yo nunca me había mostrado así. Ni siquiera conmigo misma. Me quise morir con una intensidad que jamás había sentido. Fue delante de mis compañeros, les dio la excusa perfecta para atacarme. Sus palabras fueron el detonante de todo lo que vino: preguntitas, cuchicheos, rumores, burlas… Se desarrollaron a mis espaldas hasta que alguien se atrevió a preguntarme a la cara. A mí, que estaba en mi particular mar de dudas y no aceptación, todavía alucinada por la inefable actuación del profesor. La palabra lesbiana se me clavó en el alma, era terrorífica. Mi reacción no mejoró la situación; contesté con un no lo sé. Es de esas preguntas que digas lo que digas es un sí.

Desde mi respuesta, la gente no dudó en ametrallarme con cientos de preguntas comprometedoras, miradas entre el asco y el odio… todo caía sobre mis espaldas, no había nadie que me pudiera ayudar. No tenía tampoco referentes en mi familia ni me atrevía a comentarlo en casa. Eso sí, me ayudó a envalentonarme a hablar del tema con mi psicóloga, evitando hablar de la situación en el colegio. Todos estaban muy seguros de su heterosexualidad, cosa que les permitía maltratar a quien pudiese ser distinto, a quien amenazara la existencia de lo normal.

Todos seguían a rajatabla los roles de género que impone la sociedad, quizá también les dañaba a ellos. Es difícil ser auténtico en esa etapa de formación de la persona, que de todo se hace un mundo. Acaban siendo dañinas tanto para las personas heterosexuales como para las que no lo somos. Los rechazo profundamente, la sociedad debería desmontarlos.

Ese verano me sirvió para reflexionar, en septiembre empezaba en otro colegio. Iba a estudiar bachiller en el lugar que siempre había querido para llegar a mis estudios soñados. Me di cuenta de todo, tras leer miles de testimonios y libros con algún personaje que le pasaba como a mí. Sí, esto es lo que me pasa a mí. Seguí callada a la vez que estaba más a gusto conmigo misma. Era lesbiana, no tenía miedo a decírmelo, había que construirse como tal.

Me quito los pantalones, acaban en el mismo sitio que mi camiseta. Sigo con el pelo recogido y la ropa interior.

Esos dos años me ayudaron mucho, fueron una antesala genial para el momento actual. Cambié completamente de vida, vi realidades cercanas a las mías. Seguía el jugueteo chicos-chicas, pero no me afectaba tanto. Me reía, espectáculo adolescente en vivo. Fue mejor que lo anterior, acabé muy satisfecha con mi trayectoria. Seguí navegando por Internet, por Twitter especialmente, lo que ayuda mucho a no sentirse solo. Me sirvió para llegar a la Universidad, donde todo ha cambiado radicalmente.

Suelto la goma del pelo, me quedo en ropa interior.

Ahora, soy 100% libre, he ido quizá más lenta que otras personas. Soy visible, aceptada por todos. Hablo con naturalidad de mis cosas, sin fingir, escuchando a los demás. Ayudando a quien lo necesite, prestando toda mi atención. He conocido más personas LGTB+ libres y desenfadadas en muchos ámbitos. Intenté no decirlo, hasta que volví de las primeras vacaciones del año. Hubo sorpresa al principio, lo tienen superado a día de hoy. Soy LGTB y lo digo si quiero, de la mejor forma posible, a mí manera. Que digan lo que quieran, yo estoy mejor que nunca. Soy como cualquier joven, con sus aficiones, sus miedos, sus obligaciones, sus ganas de fiesta; en resumen, no hay ninguna diferencia. No quiero ser conocida por esto únicamente.

Mi familia, el paso más difícil, al que nos tenemos que enfrentar de todas las maneras. Pasaron por todas las etapas, lo han aceptado a día de hoy. Han tenido miedo, han llorado, me han pedido discreción de cara al exterior, me han mostrado apoyo… A todas las familias les importa que sus hijos sean felices, así que lo acaban asimilando. Pasaron de no querer saber nada a querer saberlo todo, cosa que hace iniciar un ejercicio de sinceridad. Hago criba en lo que cuento todavía. Te llegan a agobiar. Lo saben los más cercanos.

Este año pude acudir a Madrid, con motivo de la celebración del LGTB World Pride. Fue una explosión de libertad, de amor, de fiesta y reivindicación nueva para mí. Era cierto lo de quieras a quien quieras, Madrid te quiere. Volví a casa empoderada al 1000%, orgullosa de mi vida. Algo que pasaba por primera vez. ¿Quién me lo iba a decir a mí, la última en creerse que la vida mejora? Me sonaba como un mantra…

Estoy completamente desnuda. Soy lo que veis que soy, una persona más.

Para acabar, la sociedad nos mete en el armario y a veces nosotros nos encerramos con 7 llaves. Eso es peor que cualquier armario. Sé libre, quiérete, busca apoyo, eres únicx y válido, tú puedes. Al fin, yo puedo gritar It gets better (todo mejora).

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