Arranquen motores y que gane la mejor drag queen

Trece son las divertidas temporadas que lleva en antena, en el canal estadounidense VH1, el ya famosísimo concurso Rupaul’s Drag Race. Rupaul es el creador y presentador de este programa de TV en el que participan, desde 2009, aspirantes a ser la «Superestrella drag de EE. UU.». Su criterio y personalidad han hecho de esta serie de telerrealidad un fenómeno a nivel mundial no apto para mentes cerradas.

En todos estos años han participado personas con sus historias de vida, trágicas en la mayoría de los casos, que quedan atrás cuando se transforman en drag queens. En el camino, unos pocos participantes han transicionado como mujeres trans, pero la mayoría son hombres gais que crean un personaje con la genialidad de sus originales estilos al vestir y expresarse.

Están las drags que parecen modelos de pasarela, también las hay cómicas con maquillaje exagerado, otras que van más allá del género y crean personajes inclasificables con sus maquillajes y ropa de fantasía, etc., pero lo mejor es que siempre hay personas de todas las tallas y colores.

Es un humor queer para adultos y sin pelos en la lengua. Casi todas saben coser y hacen auténticas maravillas confeccionando vestidos y maquillándose.

Todas las historias son un ejemplo superlativo de superación. Algunos cuentan cómo sus familias los rechazaron por hacer drag o simplemente por su orientación homosexual. Otros han sido víctimas de «terapias de conversión», han sufrido abusos, burlas de gente por su peso o por su amaneramiento. Pero el hilo común es que casi todos cuentan cómo el drag les liberó de una sociedad hostil. Son una gran familia en la que se sienten libres y queridos.

Rupaul abre cada episodio desfilando por la pasarela, donde posteriormente van saliendo una a una las concursantes, despampanantes con sus pelucas y trajes espectaculares. Todos usan relleno para moldear una silueta femenina y se «encolan», acción que consiste en pegar con cinta aislante sus genitales hacia atrás para parecer auténticas mujeres con vagina. Porque sí, hay mujeres con pene en esta sociedad casi tan abierta como desearía todo el colectivo LGTBIQ+.

Cuando están en el taller de confección, donde se visten y maquillan, tanto Rupaul como los concursantes salen al natural. Pero cuando llega el momento de estar en plató, el maquillaje es el protagonista junto a las pelucas, vestidos y tacones.

A lo largo de las temporadas ha ido consolidando toda una amplia gama de frases que repite en cada episodio. Una de ellas es: «Nacemos desnudos y el resto es drag».

Lo mejor del programa es el final de cada capítulo donde las dos peores, a juicio de Rupaul y el resto del jurado, tienen que enfrentarse en un playback dándolo todo, bailando y saltando para continuar en el show. Rupaul consulta a los miembros del jurado, pero la decisión final es suya.

Por el programa también han pasado celebridades, ya que siempre hay una invitada que muestra su opinión. El premio final es una ingente cantidad de dinero, pero a lo largo de los episodios cada ganadora obtiene maquillaje para un año, vestidos, entre otros, de marcas colaboradoras.

Desde hace varios años el formato ha ido colándose en muchos países, como España, cuyos personajes estuvieron a la altura en la primera temporada y en la segunda. El mundo drag de la noche madrileña, canaria, catalana, etc., en su mayoría, por fin se mostró en la pequeña pantalla. Parece que habrá más de dos temporadas, ya que el drag patrio es abundante.

El humor drag siempre ha tratado sobre meterse con defectos de la gente, pero, sobre todo, el secreto está en que también saben reírse de sí mismas. Después de todo lo que han padecido, solo les queda espacio para la diversión y el arte. Todas son estrellas con ganas de sacar una sonrisa y mostrar al mundo sus originales formas de vestirse.

Como dice Rupaul en cada programa: «Si no te quieres a ti mismo… ¿cómo demonios te va a querer alguien?». Porque este programa es, ante todo, una reivindicación de la libertad y todo un ejercicio de reflexión en este mundo tan cruel con lo «diferente». ¡Y falta que nos hace!

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